miércoles, 12 de noviembre de 2008
Noche de tortura
Hoy es una de esas noches en las que mi yó, ése otro yó que todos tenemos no deja de torturarme, de recordarme una y otra vez todo el tiempo perdido, las palabras dichas al vacío y los sueños hechos pedazos.
Una vuelta, otra, una mas en un incesante ballet de vueltas a derecha e izquierda en mi cama; escucho, analizo e interpreto la información que el transistor me envía a través de un head-set por supuesto, para no perturbar el sueño de mis congéneres, mientras mi otro yó sigue torturándome con un bombardeo de imágenes.
Rostros, lugares, palabras, conversaciones, melodía, notas, acordes, disonancia, viento, lluvia.
Cansado de dar vueltas, me decido a ponerme de pie, tomar mis cigarrillos y encendedor. Mi destino: La cocina. El único lugar que nunca esta en silencio, donde puedo fumarme un cigarrillo sin estar a oscuras escondido como una rata.
Empiezo a escribir y mi mente aún me tortura haciéndome ver muchas cosas. Algunas buenas, otras no tanto y algunas más sin relevancia. Divagando entre mis pensamientos viene a mi una clara imagen, una historia de amor muy poco conocida, y tras ver en un milisegundo la historia completa del pobre Herr Van Beethoven, me siento triste, tanto como pudo haberlo hecho el.
Un cigarro que se apaga, una luz que se extingue, y al instante nace una nueva, de un beso calido, de una suave aspirada letal.
Tomo mi guitarra, mi querido instrumento, mi apreciada amiga, quien ha estado ahí en buenas y malas, en solitarias noches, en momentos difíciles; quien me escucha sin juzgar; quien me siente sin prejuicios, en una simbiosis, en un acto recíproco de sentimientos, de sensaciones, de sonidos. Rasgueo sus delicadas cuerdas en el arpegio de una conocida melodía, y mientas las mismas reproducen las notas recito los versos que la componen. Esta canción en particular, llena de sentimiento, de frustración, evoca en mi rostros de la niñez, de la adolescencia y de la madurez que estuvieron ahí en grandes y pequeños momentos, y que ahora no están. Y todo por ella.
Siento que falta aire en mi pecho, que mis ojos se humedecen. Se ha apagado una estrella, pero con la promesa de que otra nacerá. El sonido de dos piezas metálicas, una chispa de vida, un fuego fatuo, un beso, una aspirada.
Sigo compartiendo este íntimo momento de soledad con mi instrumento. Otro verso.
Una lágrima emana de mis ojos. Un río imparable desencadenado por un simple verso, por unos acordes tocados con pasión. Creí haberle encontrado, pero una vez más me equivoque. Y duele.-
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