La nuestra es una sociedad complicada. Es una realidad tácita con la que nos vemos obligados a vivir desde el momento en que abandonamos el tierno seno familiar para involucrarnos por vez primera, aún siendo unos infantes, con otros como nosotros en la escuela.
Conforme pasa el tiempo y nos adaptamos a la realidad exterior, muy diferente a la que conocemos en casa, desarrollamos aptitudes y obtenemos herramientas mediante las cuales lidiar con el entorno y aquellos que participan en él. Aprendemos también la amplia gama de emociones y sentimientos que somos capaces de percibir y generar. Con seguridad la mayoría de tales emociones y sentimientos a los que nos vemos expuestos, nos sorprende y asombra con facilidad pues en el entorno familiar nuestros congéneres se esfuerzan por evitar exponernos a ciertas situaciones que son consideradas desagradables, envolviéndonos en una inocente fantasía de amor y felicidad, pues es lo que desean para nosotros; cuando el mundo exterior es duro, cruel, egoísta e implacable.
No es en realidad el mundo, el malo. Son los huéspedes, los que amañan y corrompen el todo. Recordemos que de todas las especies que habitan nuestra agradable y apreciada nave cósmica, sólo los humanos son capaces de matar a otros sólo por diversión, placer o afecciones cognitivas.
Crecemos, y a medida que maduramos comprendemos que inevitablemente debemos interactuar con los otros, mediante diversas técnicas. Música, literatura, deportes, relaciones amorosas, debates, sociedades y muchas otras. Aprendemos también que el éxito de tales interacciones depende de cómo manejemos las herramientas dadas, y de cómo nos desenvolvemos ante los demás.
Comienza entonces la lucha interna por forjar lo que llaman personalidad. Observamos y escuchamos a nuestro alrededor y seleccionamos los aspectos que nos resultan agradables, para convertirlos en propios. Los gustos musicales, los hábitos extracurriculares, las expresiones gestuales y alocuciones, cómo vestir y demás aspectos son los que componen básicamente nuestra personalidad. Tales detalles evidentemente están sujetos a cambio a medida que el tiempo avanza y nuestra perspectiva unidimensional cambia.
Comprendemos que las experiencias vividas generalmente son una herramienta eficaz a la hora de interactuar con otros, por lo que toman gran valor.
En algún momento, conocemos la mentira. Empleamos nuestra imaginación para recrear situaciones interesantes para otros, dentro del margen de la credibilidad. No es fácil aprender hasta dónde es creíble nuestro relato ficticio, pero con algo de esfuerzo logramos dominar la técnica. Es entonces cuando se deforma y corrompe la personalidad.
Seguramente, en gran cantidad de ocasiones nos hemos topado con personas que adoptaron tal hábito permanentemente. Decidieron que era la mejor manera de tener éxito con los demás, tras múltiples fracasos por menospreciar sus experiencias reales. Puede también ser, que tras la red de mentiras que exponen a diario escondan sus miedos, debilidades, ambiciones, fracasos, carencias afectivas y sueños rotos.
Son fáciles de reconocer, pues intentan ser el centro de atención en todo momento, relatando historias asombrosas y cómo milagrosamente lograron salir victoriosos. Hablando en alta voz, con una refinada técnica de entonación y gran maestría gestual, para dar el énfasis adecuado.
Si algo hay que reconocer, es que son personas muy inteligentes y hábiles. Para vivir una vida recordando cada día la mentira que dijo a quien hace cuanto tiempo, y seguir con la charada hasta el final.-
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