Una vez más, como todos los días, me encuentro encerrado entre estas 4 paredes blancas. Por su textura asumo que es fórmica; blanca como el algodón, o las nubes que alguna vez de niño me hicieron soñar que era un ave. Escucho una de aquéllas canciones que en algún momento de la historia conmovieron el corazón de las personas, y la ubico rápidamente en la década de los sesentas; la imagen en mi mente es la ciudad de Brookling, en la época en la que tuvo auge el blues. De repente, un sonido que conozco muy bien capto mi atención. Y es que es un sonido familiar para cualquier persona, ya que es el sonido de sus entrañas, y aquél que piense que este familiar sonido es desagradable, es porque se ha negado a uno de los inmensos placeres de la vida misma. El inevitable proceso; la intrínseca relación existente desde los inicios del sistema digestivo; la liberación del metano producido por los jugos gástricos.
Qué deliciosa sensación de relajación, inigualable diría yo. Generalmente es mal visto, o resulta desagradable para los transeúntes la liberación del mismo en sus cercanías, ya que este tabú se ha arraigado con el pasar de los siglos entre familias, y aunque en ningún momento se habla de la ¨ debida ¨ (por así llamarle) liberación de estos gases en el ¨ Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres ¨ de Manuel Carreño, ya es inevitable el rechazo al realizar este acto, como si los demás jamás lo hubiesen hecho.
Posterior a la ya mencionada liberación del metano , vienen las contracciones intestinales, anunciando la llegada de el desperdicio; del sagrado regalo; de la ofrenda realizada diariamente a los tronos de porcelana. Qué momento tan particular, ¿no es así? Siempre he pensado que esos segundos, o minutos en algunos casos, son los más indefensos en la vida de cualquier hombre, después de pasar la etapa prenatal e infancia claro está. Y es que en la posición en la que se lleva a cabo el ¨ ritual marrón ¨, nadie espera una interrupción. La concentración requerida para llevar a cabo el mismo debe ser absoluta, ya que de lo contrario se podría suscitar una obstrucción del intestino, cosa poco agradable para la mayoría de las personas, incluyéndome.
Reviso mi reloj pulsera, me doy cuenta de que solo me quedan 5 minutos libres, y de nuevo a la esclavitud; a el yugo; a mi trabajo, del cual dependo irremediablemente, y del cual no podré escapar, hasta que consiga una de mis metas a corto plazo, cosa que no viene al caso comentar en este momento. Saboreo mi cigarrillo. No es mi marca favorita, pero debido a la situación del país, no me puedo dar el lujo de consumir mis cigarrillos predilectos. Con mucho pesar, abandono ese lugar sagrado, previamente realizada la limpieza, deseando volver de nuevo allí, a ese lugar sagrado, donde estoy sólo, con mi cigarrillo, la música y el trono, donde mi intestino se relaja; llora; descarga todo su pesar gota a gota. Y aunque parezca cruel, siempre es lindo ver como todo ese pesar que en algún momento acongojó mi intestino se va, dando infinitas vueltas centrífugas por el agujero negro que lo conducirá a los confines inhóspitos de lo que todos conocen, pocos han visto, y sólo algunos tienen la desgracia de visitar.-
Qué deliciosa sensación de relajación, inigualable diría yo. Generalmente es mal visto, o resulta desagradable para los transeúntes la liberación del mismo en sus cercanías, ya que este tabú se ha arraigado con el pasar de los siglos entre familias, y aunque en ningún momento se habla de la ¨ debida ¨ (por así llamarle) liberación de estos gases en el ¨ Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres ¨ de Manuel Carreño, ya es inevitable el rechazo al realizar este acto, como si los demás jamás lo hubiesen hecho.
Posterior a la ya mencionada liberación del metano , vienen las contracciones intestinales, anunciando la llegada de el desperdicio; del sagrado regalo; de la ofrenda realizada diariamente a los tronos de porcelana. Qué momento tan particular, ¿no es así? Siempre he pensado que esos segundos, o minutos en algunos casos, son los más indefensos en la vida de cualquier hombre, después de pasar la etapa prenatal e infancia claro está. Y es que en la posición en la que se lleva a cabo el ¨ ritual marrón ¨, nadie espera una interrupción. La concentración requerida para llevar a cabo el mismo debe ser absoluta, ya que de lo contrario se podría suscitar una obstrucción del intestino, cosa poco agradable para la mayoría de las personas, incluyéndome.
Reviso mi reloj pulsera, me doy cuenta de que solo me quedan 5 minutos libres, y de nuevo a la esclavitud; a el yugo; a mi trabajo, del cual dependo irremediablemente, y del cual no podré escapar, hasta que consiga una de mis metas a corto plazo, cosa que no viene al caso comentar en este momento. Saboreo mi cigarrillo. No es mi marca favorita, pero debido a la situación del país, no me puedo dar el lujo de consumir mis cigarrillos predilectos. Con mucho pesar, abandono ese lugar sagrado, previamente realizada la limpieza, deseando volver de nuevo allí, a ese lugar sagrado, donde estoy sólo, con mi cigarrillo, la música y el trono, donde mi intestino se relaja; llora; descarga todo su pesar gota a gota. Y aunque parezca cruel, siempre es lindo ver como todo ese pesar que en algún momento acongojó mi intestino se va, dando infinitas vueltas centrífugas por el agujero negro que lo conducirá a los confines inhóspitos de lo que todos conocen, pocos han visto, y sólo algunos tienen la desgracia de visitar.-
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